Artículo de Roberto Blanco Valdés publicado en La Voz de GaliciaSi el paro no se hubiera convertido en poco más que una periódica estadística, quienes han gobernado el desastre que nos ha llevado a que haya en España cuatro millones de personas que demandan un empleo no se atreverían a actuar como si no tuvieran ninguna responsabilidad en tan descomunal desaguisado.
En efecto, si en lugar de conocer simplemente la evolución de los fríos datos oficiales sobre el paro tuviéramos una mínima y cercana información de los cientos de miles de dramas personales, familiares y sociales que se esconden tras las cifras globales de parados, ni Zapatero tendría la desvergüenza de reunirse con un supuesto comité de sabios entre los que están dos de los responsables directos de que España doble el porcentaje medio de desempleados de los países de la UE; ni el ministro de Trabajo se atrevería a decir más tonterías, después de haber sido desautorizado por la realidad en todas y cada una de sus previsiones sobre la evolución del desempleo; ni Leire Pajín (¡Leire Pajín!) tendría el cuajo de contarnos esa historia de humor negro según la cual España pretende ahora «liderar desde la UE una respuesta concertada a la crisis económica». ¡A buenas horas, mangas verdes!
Ocurre, sin embargo, que la inmensa tragedia del paro -que afecta no solo a las condiciones de vida de los parados, sino también a su autoestima y dignidad individual- se ha despersonalizado, como si quienes estuvieran parados fueran meros números que añadir a una estadística y no hombres y mujeres con nombres y apellidos, proyectos truncados, expectativas destrozadas, angustias diarias y todo tipo de problemas personales y familiares.
Ocurre, sin embargo, que la inmensa tragedia del paro -que afecta no solo a las condiciones de vida de los parados, sino también a su autoestima y dignidad individual- se ha despersonalizado, como si quienes estuvieran parados fueran meros números que añadir a una estadística y no hombres y mujeres con nombres y apellidos, proyectos truncados, expectativas destrozadas, angustias diarias y todo tipo de problemas personales y familiares.
Zapatero y sus ministros responden airadamente cuando se les señala con el dedo por sus evidentes responsabilidades en el espectacular crecimiento del paro en España en los dos últimos años, que ha sido también, aunque no solo, consecuencia de su fatal política económica. Para saber cuánto hay de impostura en esa actitud solo hay que imaginar lo que estaría hoy saliendo por la boca de los actuales dirigentes socialistas si el paro hubiera llegado a los cuatro millones bajo un Gobierno del PP.
Curiosa forma de gobernar esa que se apunta todos los éxitos -¡también los que tienen que ver con la meteorología!- y que se saca de encima cualquier responsabilidad por los errores en la labor ejecutiva, incluso cuando aquellos venían siendo anunciados por casi todo el mundo de forma anticipada. Zapatero ha puesto al país al borde del abismo. Con tan impresionante currículo pretende ahora liderar en Europa la salida de la crisis. Es fácil de imaginar el fantasma que, de nuevo, debe estar volviendo a recorrer Europa: un escalofriante temblor ante lo que se le viene encima.
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